Elena de Troya





A mi niño

Pintáme un cielo
Hacelo, ¡andá!
pero hacelo despejado como el pecho del niño
cuando amanece sano.

Tocá, tocá
que tenga esta textura,
la del puré de mama Elba cuando
se desliza por la garganta;
no esa que siempre ha tenido
de pulpa inalcanzable.

No te hagás la dormida
ni le cerrés los ojos al día.
El disco quiere un telón nuevo, y vos
lo vas a hacer más grande, menos solemne,
inflable, como cuando los pulmones crecen
para aspirar el olor del culantro regado en el patio.

Copiáte de mi cama,
del musgo que se pega
en las piedras húmedas del río
o… ¡ya sé! hacelo verde, amarillo, anaranjado,
porque el azul ya se ha tragado
demasiados años y me sabe a cosa de viejos.
Pintálo de un color que resalte los brazos torcidos
del guayabo y las plumas del chocoyo de papa Jaime.

¡Andá!, ¡apurate!, o sino después
no habrá tiempo de hornearle
más estrellas a la noche,
no saldrán esas mariposas grises que
me hacen extrañar tanto el morado.

Aquí te presto mis crayolas, o si queres
usas el lápiz con el que te sentas
tantas horas y escribis.

No creas que no te oigo cuando robas
a oscuras los sonidos de la noche
y los envasas en tus poemas.
Pero tranquila, no le diré a nadie de
la fábrica que tenes al lado izquierdo de tu cama
y de la cual el cuaderno rojo es la puerta que
nunca tiene llave.

Enseñáme a pintar como vos lo haces, sin ver,
enseñáme despacito,
que seré yo el que dentro de unos años,
con los legos guardados y los
juegos solo de recuerdos, será el que sentado en una silla,
con un niño al lado, pinte un cielo y él me lo pida
despejado, despejado como el pecho del niño
cuando amanece sano.

Luisa Elena Estrada

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