DIMINUTO




ANATOMÍA NATURAL

Me acordé de vos cuando el crepúsculo tomaba por la fuerza al ocaso, el río perseguía el silbido de las ballenas y el rugir de los tigres, un niño Mayagna buscaba el bramido del mar en el fondo de un caracol de agua dulce, estabas rodeada por letras que subían y bajaban de un pentagrama invisible que se desplegaba sobre la faz de toda tu piel.

Llevabas la cabellera suelta cada hilo negro tuyo se deslizaba ondulándose entre las olas con murmullos que morían a orillas de las riberas y recobraban de nuevo la vida en los árboles de llama del bosque que simulaban lenguas de fuego a lo largo y ancho de todas las montañas.

Las estrellas una a una se juntaban dibujando una diadema de brillantes que giraba sobre tu cabeza. Te vi nacer del río mientras fumaba la neblina mañanera, detrás de una brisa sin equipaje y sin prisa en espera de una panga que no pasó y una estación extraviada en el espacio y el tiempo.

El río se torcía con bruscos temblores de parto perdiéndose cual serpiente emplumada entre las piedras y las murallas de bambú verde, el caimán y el cocodrilo retozaban en los bancos de arena, las oropéndolas hacían desparpajos en las ramas de Guayabón, un Martín pescador tiraba el anzuelo con el pico, las tortugas se bronceaban sobre troncos secos, el garrobo y la iguana se camuflaban en la hierba y la poesía de la naturaleza cobró vida en las manos de un poeta indígena de Amack en Bosawás.

Apareciste vos mi garza morena coqueteando con el viento retando al vacío con tus alas, primero tus pechos; el sol y la luna frente a frente excitados por el placer de vivir, seguido por tus muslos que se levantaban como dos columnas de viento comprimido de pequeñas ondas que hacían espirales sobre la superficie del agua, por último emergió tu nariz filosa y puntiaguda como lanza envenenada repleta de oraciones mortales de ciencia y filosofía.

Estabas desnuda el sudor brillaba sobre tu espalda morena en minúsculas partículas de escarcha que resplandecían, el cielo se

polarizaba se revestía de una costra gruesa color gris de la que salían pequeñas hebras de fuego.

Reí al verte bailar sobre el haz de las hojas acuáticas y las aguas del río Bocay, te vi deslizarte sobre el dosel de los árboles del cerro Saslaya y fuiste niña en una sonrisa pero una mujer se enseñoreó sobre todo tu cuerpo al llegar al río waspuk.

Hoy  te recuerdo y mis pensamientos se destripan como frutas frescas y granadas sin seguro, renacen las alondras que vivían dentro de mí, las hierbas medicinales florecen al contorno de tus caderas, vibra la danza de los zopilotes en mi pecho, me acuerdo de las sirenas bañando junto al río y del rey yusko con su plumaje de quetzal.

A la hora de tu nacimiento me arrastraste con vos al ojo del huracán y en medio de movimientos telúricos también nací; me colé detrás de tu sombra en el último rayo de sol que me regalaba la tarde y el último suspiro del día que moría en los frutos amarillentos de semilla de pan.

Seguí la huella mojada que dejaban tus pies descalzos sobre la llanura del agua, el río era una ancha carretera abriéndose a tu paso como libros repletos de fábulas e historias urbanas, pisaste tierra firme y te perdiste en el corazón de la noche ombligo de la ciudad y punto de equilibrio de todos los días, te adheriste al torrente sanguíneo de las autopistas, escalaste la columna vertebral de la palabra y te uniste al ADN de la poesía; conquistaste los semáforos, los periódicos, los pósteres publicitarios, a hombres y mujeres que deseaban nacer de una matriz repleta de agua dulce.

Bastó jugar al ajedrez con 29 letras para derretir los témpanos de hielo en los oídos sordos, fue necesario nacer, crecer y morir para seguir viviendo en la palabra y en la copa de los árboles balanceándose de rama en rama como el mono Congo, fue necesario sentir para quemar los labios de las piedras y regar con sus cenizas los campos, los ríos, las lenguas, las etnias, las selvas y las ciudades, Bastó escribir poesía.

Eliecer Meneces

 

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