Elena de Troya
Luisa Elena Estrada Espinosa
La noche permuta en comparsa de luces. Son apenas las 11.
Burdeles, cantinas, mordiscos, varices, perfumes, humo y fetiches, todo en un
collage en sepia, el único color que conocen los faroles en la calle. El llanto
del cadejo me ha traído de regreso de mi ensimismamiento, se ha quedado sin
trabajo. Lame los pies de los pirucas en la calle en un intento vano de saber
si todavía el hombre existe, o es un mito que se ha perdido entre los basureros
de los barrios. El neón golpea los ojos de la Cegua, camina distraída, los
carros no respetan aquel par de piernas blancas, que rozan apenas el concreto
comprimido que reemplazó los caminos de tierra, ahora es ella la que camina alelada, secuelas de su consumo frecuente.
¡Aún es larga la noche! Le grita el proxeneta, y tenes una cuota que pagar. La
eterna navidad de Managua me fastidia, trato de escapar de los árboles
metálicos y las casitas a escala en las rotondas. Se filtran entre las
lucecillas de colores fragmentos de un pasado que nos obligan a olvidar. Por la
soledad del malecón escucho un gemido manso, como sí ya por fin estuviera
calmándose el llanto. Es aquella mujer de cabellos largos, que pregunta por sus
hijos ¿Cómo era que le decían? El hombre, después de reventarla a golpes,
porque era una hembra mal portada, mató a los chigüines para que no se le
ocurriera pedir pensión. Pobre mujer, no fue noticia suficiente para que le
hicieran justicia, y ahora solo se lamenta en silencio sentada en alguna parada
de bus y pidiendo un chelín. Frente a la catedral vieja, cubierta de rosado
chicha para que no se le vean las feas cicatrices con la que el terremoto le
desfiguró la cara, me detengo a tratar de evocar aquella otra Managua. Mi
abuela me habló de ella; Era todo una india, piel morena, pómulos fuertes,
sencilla, baja, de piernas fibrosas, todo un mujeron. Pero vino el Diablo
blanco con sus promesas, con sus sueños de proyectos de inversión, de mejora de
los sistemas de salud y educación; con promesas de pavimentar, ordenar,
limpiar, embellecer. Al final fue encerrada en la oscuridad, le vieron la cara,
decía mi abuela con amargura. Después de años y años de malas compañías, ha quedado
loca por el desamor, engorda desproporcionada, pare asentamientos mientras
grita obscenidades, defeca pandillas, policías corruptos, burócratas serviles, mequetrefes
sin oficios, pancartas chillantes, CPC´s. - ¿Pero abuela, esa historia no es
parecida al cuento de la Mocuana?- le pregunté una vez, escéptica y pensando
que los años y los mitos se le sentaron encima de pronto. –Es lo mismo, es lo
mismo, las historias siempre son las mismas, se encarnan en el primer pobre
diablo que se descuida en esta capital.
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