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Mostrando entradas de agosto, 2017

Yegua

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Madruga para ser sustento de  viejas tablas, láminas cancerosas, recorre adoquinados caminos calzada de hierro, espera la carga. El mediodía con su enardecido a cuestas, trinca bocados para un estómago papuloso, le falta el aire, una sensación incendiaria le pide parar. Su herida supurante recuerda el coyundazo en el lomo es embestida por encachimbados enjambres de moscas que luchan contra los motores El riguroso dictador acaba con sus fuerzas músculos colapsados, indefensa, galopa hasta cerrar los ojos Mario Gabriel Solórzano Gómez

Editorial Revista Karebarro Voces Migratorias, Ideogramas Urbanos

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Llorar, aullar, perdernos en el tránsito y conjugarnos como música o dioses aglutinados reclamando el derecho de ciudad, derecho que el pavimento nos ha arrebatado y despojado del olor exquisito a tierra mojada. La lluvia arando nuestros pómulos porque deseamos  humedecer la tierra con nuestros puños, amor y sangre. Esos puños subversivos son nuestro obsequio a la sociedad que está cansada del oro, el incienso y la mirra; obsequios que son el extracto más puro de la benevolencia que intentamos digerir cada día.  En cada esquina citadina conviven calles, bullicio y caos, palpitan corazones rebosantes de metáforas, anáforas elípticas, aliteraciones, hipérbaton de frases y palabras adaptadas al cambio climático, a la suciedad y el hedor de los callejones; ahí sobreviven mutando los habitantes de mega ciudades contaminadas. Estas son, ni más ni menos, la esencia de todas las voces que gritan dentro de un circuito atestado de cables, ruidos, sabores y el olor  del PH mutante de e

Turista

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Lustraba zapatos en los mercados de Managua, al terminar las jornadas tupía los ojos al escuchar murm ullos del viento. Había poemas de su niñez en el difuso aleteo de pájaros, algunas nubes sueltas arrastraban hojas   buscando niños muertos. El niño lustraba trocitos de culpa desperdigados sobre el cuero de los zapatos. Recolectó mariposas amarrillas a la hora del almuerzo. Al Terminar el día cerró los ojos para escuchar la canción del viento, el final se acercó con un silbido violento por parte del sol, la pequeña fortuna ganada vibró de miedo en su bolsa. Era el sustento de su madre para la comida del día. El niño cerró los ojos al escuchar un segundo silbido, cantaba la inopia de una madre quebrantada, una familia rural imperceptible ante un padre muerto. Cuando finalizó el canto, el sol se hizo pequeño y lo aplastó. María Fernanda López González