Diego
Buscando reposo,
después de rudas fatigas,
de esas que rinden el cuerpo y envenenan el alma,
quise visitar las montañas de mi tierra natal,
renovar impresiones apenas esbozadas en un libro,
ya para refrescar mi espíritu en presencia de los parajes
donde transcurrió mi primera edad.
Los recuerdos de infancia,
y la poesía de las regiones de portentosa belleza
donde un tiempo se alzó el hogar de mis mayores,
eran la fuente de los consuelos que yo anhelaba,
en medio de esas luchas que sólo la historia describe y
analiza,
y en las cuales cada uno derrama,
cuando no la sangre de sus venas,
esa otra sangre invisible que filtra en el corazón de
heridas
más hondas y dolorosas,
abiertas por las injusticias de los hombres,
los desencantos del patriotismo inexperto
y las infidencias de las amistades prematuras.
Para eso,
y para rendir este nuevo tributo al pueblo en que he
nacido,
pidiendo a la literatura patria un rincón humilde para
estas páginas
en que quiero reflejar su naturaleza y sus sencillas costumbres,
emprendí con algunos amigos,
en Marzo de 1890,
un viaje al interior de la Sierra de Velazco.
Ésta anuncia ya con sus picos atrevidos,
donde las nubes bajan a formar diademas,
la gran cordillera de los Andes.
Son esas montañas,
inagotables a la observación.
Cuando se ha creído conocerlas,
nos sorprende el morador de sus valles con la relación de
un monumento histórico o de la naturaleza,
del hombre culto o del indígena extinguido.
Sus huellas están frescas todavía en el suelo y en las
costumbres,
en la habitación y en la fortaleza,
en los usos y en los festivales de sus descendientes.
Rastros de los ejércitos de la conquista: restos de la
tosca vivienda del misionero, a quien no arredraron las flechas ni los
desiertos;
muestras indestructibles del esfuerzo civilizador en la
construcción de granito: todo esto se ve diariamente con la indiferencia
estoica de otra raza
que no es la nuestra,
en el camino tortuoso que abre paso hacia las comarcas
donde se pone el sol.
Enormes masas de piedra cuya altura aumenta a medida que se avanza,
Enormes masas de piedra cuya altura aumenta a medida que se avanza,
lo flanquean por ambos lados;
y así,
por largo espacio,
parece aquella hendedura la selva que poblada de tan
raras bestias,
extravió al poeta del «Infierno».
Diego Dixon Petters ( q e p d)
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