vicky

 El tiempo de los desnudos



Aquella noche me encontré recorriendo una calle del barrio Gótico, desnuda, completamente desnuda; en la calle no había gente, nadie caminaba, sólo yo. Aun así tenía vergüenza, una vergüenza que calaba en los huesos y traspasaba el mundo terrenal. Aquella vergüenza no era por mi cuerpo desnudo. Era una vergüenza implantada desde afuera, era mi vergüenza interior conviviendo ya con vanidades y con prejuicios triviales.
Me avergonzaba la línea horizontal del bajo vientre; ahora, después de haber traspasado la barrera de los 30. Me avergonzaba que vieran la celulitis acentuada en mis piernas redondas. Me avergonzaba que vieran mis pechos pequeñitos, ya no eran perfectos como antes. Sentí que todo el mundo miraba, aun con las calles vacías.
El subconsciente acentuaba esa vergüenza susurrando en lo profundo: La gente va vestida, sólo vos caminás desnuda. Iba y volvía esa vergüenza, al darme cuenta de repente que la línea baja de mi vientre era una puerta de vida, abierta a punta de cuchilla, una y otra vez a desplazar la vergüenza transformándola en orgullo.

Con esos sobresaltos despertaba cada día y nunca entendí por qué me soñaba desnuda en lugares distantes con tanta gente vestida. Con el paso del tiempo implacable, empiezan mis ochocientos sentidos a descifrar los temores.

Ahora, desde que miro en el espejo la línea horizontal de mi vientre, y mis pechos siempre pequeños, ya no siguen tan bonitos como antes, mas yo los veo bonitos y me gustan; también me gusta la línea horizontal en mi vientre -algún cirujano piadoso decidió en sala de operaciones ocultar lo más posible- y me gusta todo mi cuerpo imperfecto, ahora.

Aquel sueño recurrente sigue aun secuestrando mi mente; y como ya estoy convencida del porqué de esa vergüenza, del desnudo de mis sueños, ya la vergüenza no es mía. Es la vergüenza de la gente que se sigue escondiendo en los balcones antiguos del mismo barrio Gótico. La vergüenza, que ya no es mía, es de la gente vestida y desnuda. Mi desnudez sigue vestida, y el vestido de la gente de mis sueños es desnudo, esa es otra vergüenza, no mía.

Mi vergüenza contiene en esencia la emoción indescriptible del desnudo con piernas abiertas y vientres redondos, hinchados de vida. Esa vergüenza contiene el momento detenido del primer grito de vida de mis vidas, y aquel Ave María de Pavarotti que sonó en los altavoces de hospital aquel mediodía en punto -hora solar- del nacimiento de mi niña. 

Esa vergüenza, es por la felicidad egoísta de aquellos dolores de parto, de la sangre incontenible que antecedió a las aguas, de las horas interminables esperando que abriera  las puertas de la línea horizontal el más perfecto de los hombres, mi niño.

Esa vergüenza deliciosa, egoísta y duradera de cuando desnudé mi cuerpo para siempre al habitante eterno, el promotor de las vidas que desplazaron mis vergüenzas por la línea horizontal en mi vientre, y las celulitis en mis piernas, y mis pechos ya no tan bonitos como cuando perdí completamente la vergüenza.

Ahora, cuando decido adentrarme en los sueños, me despojo de vergüenzas desvestidas y continúo el camino, todavía con gente vestida. Cuando despierto, me estiro como gata en celo, palpo el piso con ambos pies, recorro mi habitación, y mis manos se aseguran de que el sueño sea verdad- y sí- allí siguen conmigo, dos preciosas vergüenzas a mi costado. Entonces decido sin vergüenzas y me prometo vivir disfrutando para siempre el tiempo de los desnudos.

vicky

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