Vicky
Fábrica de hombres nuevos
Desde hace bastante tiempo conozco el mundo, los
hechos que han marcado la historia, a los hombres y mujeres a través de una
ventana pequeña y sencilla que me mostró los caminos para elegir por mí misma
hacia dónde dirigirme.
Con lo aprendido de la luz de esa ventana y en la
escuela de la vida, me he dado cuenta de que existimos miles de personas que
somos repeticiones exactas y constantes de otras que vivieron en el pasado.
Ninguno es persona nueva. Todos somos renacientes y venimos a este mundo a
permanecer luchando en batallas desiguales por conservar de maneras
desesperadas, egoístas y crueles los lugares, los objetos y placeres que
creemos ser dueños concedidos en vidas anteriores.
En ese absurdo aferrarnos a una eterna vida prestada,
destrozamos pensando que construimos. Amamos odiando. Tomamos lo deseado
destruyendo y estrujando cuanto en el camino se cruce, y justificamos las
acciones desmedidas inventándonos teorías que apaciguan, de momento, nuestras
atormentadas conciencias que nos despiertan de noche y nos sacuden de día,
mientras nos tuercen el cuello de una forma despiadada.
De Stendhal a Sheakpeare, de Ulises a Edipo, de Víctor Hugo hasta el más famoso manchego del mundo, al que creó un tal Cervantes, que en realidad quijoteando se dibujó a sí mismo, y que un día de tantos, en aquella España de hambre y miseria, soñó con ser el señor de un pedazo de nuevo mundo.
De Stendhal a Sheakpeare, de Ulises a Edipo, de Víctor Hugo hasta el más famoso manchego del mundo, al que creó un tal Cervantes, que en realidad quijoteando se dibujó a sí mismo, y que un día de tantos, en aquella España de hambre y miseria, soñó con ser el señor de un pedazo de nuevo mundo.
Diálogos con Platón, Eurípides y Freud, el Libro del
Buen Amor de don Arcipreste; conversamos con Celestinas que van y vienen desde
aquellas historias hasta estas que vivimos en la carne y sin los huesos, que
nos vuelven personas de carne y hierro. Revivimos en guerreros reincidentes,
eternos vengadores del caballo de madera más grande de la historia; jamás se
enteraron de que fueron gladiadores de una batalla por causa de una mujer.
Los fieros guerreros que jamás se percataron de que la
historia les puso un calzón en la cabeza y el olorcito como trofeo, nacieron de nuevo, y hoy por hoy reviven las
mismas batallas por las mismas razones, con los mismos trofeos, con acciones
recurrentes, los mismos guiones y de nuevo las mujeres en el centro de la mesa.
En pleno siglo XXI me doy cuenta, decepcionada, que de
nuevo una y otra vez son las mismas historias con los mismos argumentos. Nos
guía la rueda de la fortuna y nos obliga de nuevo a librar las mismas batallas,
con los mismos errores y cual enfermos mentales repitiendo su obsesión con los
mismos resultados.
A estas alturas del guion, mi pluma se debate en el
dilema por entender quién ha sido el
mayor de los idiotas si los guerreros que transportaron el gran caballo de
Troya, si Paris por causar tanta desgracia por la Elena a quien no le costó
ningún esfuerzo propiciar tantos destrozos; si a lo mejor el más bestia de todos fué el pobre
tonto y cruel Menelao, o si entre todos los personajes de esa historia la más
astuta y despiadada fue la bella Elena por hacer llegar tan lejos a un pobre
grupo de babosos que cambiaron de lugar su cerebro reasignándoles la
parte inferior de entre sus piernas.
¡Qué decepción Dios mío!, ¿cuándo nacerá el hombre
nuevo? ¿Será que debemos seguir batiendo el recipiente para calentar los
espermas? O tal vez será que debemos parar ya las mujeres de utilizar los
cerebros para fines tan mezquinos.
Finalmente señoras, ¡no tenemos contrincantes! Sigamos
moviendo el recipiente a ver si lo conseguimos. Calentemos los espermas.
Zarandeemos al hombre nuevo.
vicky
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