Elena de Troya
Locura de selva
Confabúlate miedo con mis pensamientos para cercenar la placidez
del aire, llévame al rincón más oscuro y déjame expuesta a mi conciencia.
Aflorará allí mi ser primitivo y frágil.
Luisa Elena Estrada Espinosa
Un armazón vegetal protege los
secretos de la tierra prometida, edén
perdido por la inocencia de los mortales al inicio del tiempo. Allí el silencio
es relativo, el lenguaje de la selva sobrepasa las cúpulas vegetales y taladra
los sensores primarios del cuerpo. Aflora del registro más antiguo la conexión
hombre-naturaleza en la inmensidad de BOSAWAS. Los bancos de arena son espacios
apetecidos por cocodrilos que asolean sus perlas aserradas y piel prehistórica.
Las tortugas acorazadas disimulan sus figuras entre
los troncos y las piedras, siempre atentas ante cualquier peligro. Desde la
orilla, o emergiendo de la muralla de bambú que custodia la selva densa y
aromada, las garzas, los Martín pescadores y los ingobernables gavilanes
sobrevuelan el agua achocolatada por las lluvias, buscando entre los peces y
anfibios un potencial bocado desprevenido. Las casas ocultas le arrancan al
verde dominante un pedazo de terreno, y siembran bajo su custodia plantas de
cacao, forasteros insignificantes y humillados ante sus vecinos centenarios, tótems
guardianes de los secretos de las hojas del jardín indómito. En un instante, el
paisaje irrealista adquiere vibraciones amorfas. Algo pasa entre los habitantes
humanos del hervidero botánico.
14 de Septiembre. La comunidad celebra las fiestas
patrias. Los juegos de colores combinan el azul y blanco con colores vibrantes,
inspirados en la madre natural. Se oyen alegres conversaciones, golpeteos en
las cocinas y movimiento en las habitaciones de las casas. Los detalles de los
preparativos escapan por las ventanas y chocan con el alboroto de las aceras
atiborradas de gente ajetreada, no mengua el tráfico durante toda la mañana.
Las niñas de la escuela se preparan para brillar en el desfile; trajes,
pintura, peinados, sonrisas, cintas, perfumes, los ánimos van a tono con el
entusiasmo de la fiesta.
La música empieza a sonar y el festejo llega a su
apogeo. El desfile transcurre sin ningún contratiempo, parece que simplemente
el día concluirá en una jornada perfecta. De la nada, y sin que nadie pudiese
preverlo, se cierne en la comunidad el aliento nauseabundo de la magia negra.
Cae sin aviso una niña en medio del desfile. La gente corre y se arremolina
alrededor de la desdichada y presencian desorientados la escena. Comienza a
retorcerse como un gusano, sin aviso grita y el dolor se siente en las
entrañas, el miedo recorre la columna vertebral de los testigos, inyectando en
las venas incertidumbre y diluyendo como agente ácido el ambiente festivo. Cae
irremediablemente la primera víctima del Grisi siknis.
Rápida y sistemáticamente se desploman una a una las
jóvenes de la escuela, no hay escapatoria posible, la histeria se propaga como
pólvora entre las casas y la fe no logra amortiguar la difícil tarea de
presenciar los síntomas de la peste. Quebrantadas, las víctimas aúllan
doloridas, arrancando los alaridos de la profundidad del alma atormentada,
hundidas en un mundo de tinieblas penetrantes, de olor rancio y demonios que
rigen los más tenebrosos limbos espirituales.
El miedo y la magia suministran fuerza sobrehumana a
las jóvenes, haciendo casi imposible detenerlas en sus arranques violentos. La
iglesia vegetal observa latente a sus hijas desvalidas, mientras las iglesias
de los hombres desatan campañas para combatir el mal a través de la fe sólida e
irrompible. Se inicia una cruzada contra el mal acechante, aquel que se adhiere
como enredadera desde el génesis del tiempo a la columna del ser humano. Los
estómagos están colmados de objetos inverosímiles. Salen entre vómitos
incontrolables clavos sarrosos y retorcidos, trozos de biblia, vidrios,
animalejos que rasgan con sus patas las gargantas de las enfermas dejándolas en
carne viva. Las mujeres indefensas ante las jugarretas de la magia, paren
botellas y piedras, mientras la agonía de estar envueltas en la fetidez de las
garras de un desconocido, mengua sus esperanzas de sobrevivir. No sirven los
clamores ni los antiguos ungüentos, el desasosiego se dispara por los poros.
Junto a la caída del sol, nace una noche lóbrega. Los enjambres de luciérnagas no
hacen mella en las sombras profundas que se tragan Amak. Los pocos valientes
que aún transitan las angostas aceras, lo hacen ligero, sin necesidad de
linternas. Sus pasos infantiles conocieron la tierra que late
bajo sus pies desde el inicio, y
ahora, como hombres y mujeres, el mapa arcilloso se ha tallado al final de sus
extremidades, y caminan confiados, ágiles en la penumbra.
Los animales domésticos yacen callados bajo las casas
y en los rincones vacíos. Aguardan la tranquilidad de sus amos, pero el terror
ha acampado en las cuencas de sus ojos
desde el golpe de la epidemia. No hay cocinas iluminadas en las casas, cenas o
pláticas. El aura de la comunidad es perturbada solamente por la vibración de
pasos apresurados, única señal de la diligencia de las familias en los cuidados
de las enfermas.
El aire se ve mutilado por gritos aislados y llanto;
un llanto seco y vibrante que incita a correr, a huir de la temible plaga
invisible. El terror de las historias nocturnas será contado a la mañana
siguiente entre vecinos, cada relato plagado del más profundo dolor y miedo.
Pasan los días y las miradas se posan en los
diagnósticos médicos. La enfermedad se muestra inmune a los medicamentos
tradicionales y a los rezos inquebrantables; nada apaga la violencia de los
ataques. La capital está informada de los acontecimientos. El eco de la
misteriosa enfermedad sacude los cimientos de las ciudades ahumadas del
Pacífico y se esparce en los periódicos, Nicaragua está atenta. Una vez
verificados y clasificados los síntomas, las batas blancas del Ministerio de Salud
exploran en claustro posibles causas de aquel mal rarísimo que azota una comunidad que muy pocas veces
había llamado su atención.
Apuestan todo a la teoría de la histeria colectiva; es
la que encajaba en los perfiles y la única explicación racional a los extraños
sucesos. Siguen ingenuos la silueta del rio, visualizándose ellos mismos como
salvadores hasta encontrarse frente a frente con el caserío. De nada servirán
el carácter glacial ni la dureza de profesión cuando traten de subyugar la
naturaleza de la peste. Metódicamente aplican cuanto tratamiento emerge como
solución irrefutable, pero la fuerza y la perversión de los hechos no aminoran
con pastillas ni tratamientos. Poco a poco crean aversión por ese mal que
rehúsa cualquier intento de control sobre él, y la desesperanza cae de nuevo
como manto burlesco.
Desde Rayti llega una mujer de apariencia extraña.
Trae con ella extraños amuletos, un bolso y todo un historial de curaciones. No
trabaja de manera común, su arte es algo más oculto, íntimo y potencialmente
peligroso. Encarna todos los temores que arrastra consigo la magia y desprende
de ella una nebulosa que penetra como humo a través de los poros y confunde los
sentidos. Su método es sencillo, ubicar a la persona que desató todo y una vez
neutralizada, se desmoronará automáticamente cualquier infierno invocado.
Prepara sus
herramientas de forma tan meticulosa como cualquier doctor en uno de los tantos
quirófanos de Managua.
El aire enrarecido con olores extraños hace olvidar
lentamente la voluntad, y los sonidos te incitan a caer en letargo. Todo está
listo, inclusive su pequeño ayudante, un ser extraordinario hecho de trapos,
con vida propia y forma de cangrejo. Corretea por la habitación como can celoso
y trae mensajes que facilitan las labores de su ama. Esta listo el cuartel de
guerra.
Reúne a los dirigentes del pueblo, con voz quemante y
mirada afilada lanza su primera sentencia y da el primer paso en dirección al
fin de la epidemia. Aún con el miedo y el escepticismo reflejados en la cara,
los hombres no dudan en la palabra de la mujer. La única razón de estar allí
escuchando la voz hipnotizante es el
fracaso irremediable de todas las demás alternativas y el sufrimiento
torturante de las jóvenes; no pueden verlas mas así, despojos humanos latigados
por dolores abandonados a demonios invisibles.
“Llegara a las
tres de la tarde. Tocará la puerta y sin que nadie mas hable, comenzará a
defenderse de acusaciones imaginarias, dirá que
él no provocó la epidemia, que todo es una mentira para manchar su
nombre; ese es el hombre que están buscando”
Una vez la orientación suelta en el aire, se retira y
deja a los hombres con la excitación flotando como perfume estimulante. Esperan
tensionados que el reloj de la hora marcada, esperando con rencor ciego hacia
el posible autor de la pesadilla. No saben como ni porqué, pero el estará muy
pronto al alcance de sus manos, esa es razón suficiente para aceptar los
métodos de aquella mujer inescrutable.
3:00pm, 3:10pm, 3:15pm. La espera se alarga y mastica
los minutos tragándose la impotencia de los presentes. 3:20pm. Suenan golpes en
la puerta e inmediatamente el ambiente se electriza y genera movimiento. Abren
la puerta y entra exaltado un hombre de
gran altura, moreno, ojos rasgados, mirada penetrante y cabello negro. Declama
el discurso esperado e inmediatamente es dominado por una mar de brazos que se
transforman en una camisa de fuerza.
Desorientado cae el hombre en una silla y respira
profundo, mientras los demás se restablecen
de la balacera de emociones. La mujer no tarda en hacer su aparición,
aun sin ser llamada la atrajo el revoloteo de adrenalina que llegó hasta ella
avisándole que la captura había sido un éxito. Ahora queda lo más importante,
ver la autenticidad de la presa y descartar posibles coautores. Lentamente
camina hasta la pequeña escuela donde retienen al hombre, siempre expuesta en
esa colina, y siempre atenta a los viajeros del rio.
Una vez que se encuentran frente al cautivo, esboza
una sonrisa que deja entrever sus dientes. Pide que la dejen un minuto a solas
y los hombres salen con la desconfianza brotando por la piel. Nada bueno pueden
hablar dos seres tan ajenos al perfil común del habitante de Amak, pero ella lo
atrajo, y merece respeto por eso. Tarda solo unos minutos para salir a revelar
lo que los dirigentes más temían. “No
solo es una persona la que está haciendo esto, hay más, pero no se preocupen,
caerán como el primero y no tardaran en hacerlo”.
Y como fue predicho, cayeron en la noche, como
auténticos seres oscuros. Jóvenes inexpertos que quisieron lidiar con algo más
allá de su entendimiento. Llegaron camuflados con formas de animales, y capturados por la mujer en su forma humana.
Pero, como decirles a las autoridades que un hombre y unos jóvenes
aparentemente normales provocaron una epidemia a través de la magia, y que no
pudo ser controlada ni por las eminencias del Ministerio del Salud, ¿Hay alguna
ley que sentencie la magia? ¿Cómo traer a la luz la faceta más increíble e
inexplicable de la raza humana? ¿Y exactamente que hay que hacer con los
prisioneros para eliminar de una vez por todas la plaga? Una vez más, la caja de pandora en la que se había
convertido aquella mujer, se comprobó la eficiencia de sus muchas artimañas, y
logró transformar a los hombres en su apariencia animal, ante los ojos de
algunos testigos escogidos. Solo Dios y ellos sabrán lo que vieron esa noche.
La solución no fue la cárcel. Fueron lanzados al
exilio, y eso para un Mayangna, es peor que la muerte. Vieron por última
vez el poblado y las casas dispersas sobre la montaña verde, y se fueron sin honor y sin
origen. La mujer tras su pago, regreso a su tierra con la satisfacción de haber
vencido a las probabilidades. Sabe que pronto tendrá que volver, que el mal
nunca es eliminado, y que siempre queda latente, esperando otra semilla,
esperando otro soplo para desgarrar el paisaje y distorsionar las mentes.
Luisa Elena Estrada
Comentarios
Publicar un comentario