Tiré mi pañuelo al Río
Tiré mi pañuelo al Río
Todo ha cambiado en mi
pueblo natal, todo menos los paisajes de ensueño, los bancos de arena cargando
plantas efímeras, que en mis tiempo de niña descalza confundía con selvas que hospedaban
mis secretos y travesuras infantiles de
cuando simulaba que el mundo era como yo imaginaba.
Las viejas casas, que
antes eran mansiones señoriales, vistas por la pequeñez de mi infantil mirada,
hoy son solo restos a punto de ceder a las inclemencias del tiempo, olvidadas y
abandonadas hasta por los herederos más lejanos. Extrañamente, lo que un día
fue mi morada infantil, aquella humildísima casa mitad tablas mitad piedras del río, el lugar más lindo que mi imaginación ha diseñado, aún se mantiene
intacta, aunque pequeña y reducida al diminuto espacio que era la sala familiar
y el único aposento. Le sobreviven algunos árboles al patio trasero convertido
en motel barato, donde los amores furtivos del pueblo aun utilizan para
encuentros casuales a 20 pesos el rato.
Más o menos así están
las cosas en la garza morena del río. Ligeros cambios que han dado un giro
brutal cuando voces del pasado auguran un progreso acelerado a costa de perder
más que ganar. Perder por ejemplo la mística y el derroche de humanidad que
nuestros padres presumían ante números incontables de turistas curiosos que
siempre, casi siempre se acercaban al pueblo para admirar la belleza de la que
todos éramos dueños, ya no.
No manejo porcentajes y datos macroeconómicos, porque aún tengo buena la vista para darme cuenta a simple vuelo de pájaros que la gran mayoría de los usuarios de servicios turísticos de pueblos como San Miguelito, San Carlos, y El castillo somos de este país; sin embargo somos tratados, no solo como visitantes de quinta, sino que hasta discriminados. ¿Qué jodido criterio le puede llevar a un dueño de hotel y/ o restaurante de un pueblo pequeño y con pésimos servicios para atender al turismo local y extranjero, a determinar que usted pueda o no tener capacidad de pagar $ 15 dólares por una habitación cuyas condiciones no tienen nada que envidiarle al motelito sucio y con restos de sexo que hoy es la vieja casa de mi infancia? Triste el panorama para una familia de “ proletarios superados” en busca de re-conocer las maravillas naturales de su tierra de origen con las nuevas generaciones, en un pueblo donde todas las casas son albergues improvisados, si tomamos en cuenta que el turista internacional promedio que visita este país, lo hace en plan “turismo de aventura”, busca albergues para mochileros y consume frutas en el mercado del pueblo( en el Castillo no existe mercado o estaba cerrado en temporada alta para todo tipo de turistas)
Un fin de semana largo
para la familia nicaragüense promedio significa la posibilidad de visitar en
familia nuestros sitios históricos y las bellezas naturales de un país del que
presumir de ello es condición que nos identifica. Un fin de semana largo
también puede significar la gran decepción de su propio país para una familia
que no sueña con visitar “Huacalito de la
Isla” porque su presupuesto jamás se
lo permitiría.
Visitar el pueblo El Castillo
con mi familia estas pequeñas vacaciones fue motivo de tristeza, insatisfacción
y frustración, pues como nicaragüense pude darme cuenta, junto con mis hijos,
que las estructuras, el sistema y los grandes y pequeños empresarios de la industria
turística incipiente en El Castillo, en su mayoría son un desastre, en un territorio estratégico para nuestra
soberanía nacional.
Aquella tarde
interminable recorrimos el pueblo entero
en busca comida decente y accesible al bolsillo de una familia trabajadora.
Aquí pude darme cuenta que, prácticamente, el único servicio que se ofrece en
todo el pueblo son los albergues o “ecolodge”
que ofrecen tour a sitios “exóticos” del río a precios inalcanzables. Lástima por mis hijos y los hijos de otra
familia que, igual que la mía, salió del Castillo con la certeza de no volver.
Increíblemente regresé convencida
que la incipiente industria turística de este país, que básicamente administra todas nuestras riquezas naturales,
están desarrollando estrategias dirigidas a
captar únicamente la atención del turismo internacional, ¿basados en que
estudio de consumo? si somos las pequeñas familias trabajadoras quienes
llenamos bares, centros recreativos y hoteles en periodo de vacaciones.
Algo anda muy mal, algo
no está funcionando bien. El ente regulador de estas industrias debe tomar
cartas en el asunto de inmediato, a menos que estén guardando un as bajo la manga, a propósito de la
“ruta del canal”, y aun así, de no cambiar
la estrategia de “palo para el turista
local, pan para el extranjero” los está llevado por muy mal camino.
El Castillo se ha
convertido en los últimos años en el principal destino del turismo nacional,
producto del bombardeo mediático que se ha dado a la exaltación de propiedad
territorial del Río San Juan, sin embargo, la realidad que uno encuentra al
pisar tierra firme se contrapone a las
imágenes que venden los medios de comunicación local. No creo que sea justo para los empresarios
que no entran en este grupo al que hago mención, que tengan que pagar las
consecuencias de una mala estrategia para vender servicios turísticos al
consumidor local.
Vicky Borge.
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